jueves, 22 de enero de 2009

Con Paula Sánchez-Aguilera Sánchez-Paulete inauguramos la sección de colaboraciones ¡Gracias por este espeluznante artículo!

Leyendo y leyendo decido dejaros un pequeño artículo de la revista Muy Interesante (o muy recomendable…)

SALVAR EL MUNDO Y SALVARNOS NOSOTROS MISMOS

“En una región remota del noroeste del Pacífico dicen que no para de crecer un gran mar de los sargazos hecho de botellas y de bolsas y residuos de plástico, una plataforma flotante llevada allí por las corrientes marinas desde los litorales de todos los continentes, formando poco a poco un gran continente de basuras en el que peces y pájaros quedan atrapados, y en el que los veleros encallan sin poder avanzar. El envoltorio de un helado que te tomaste en la playa hace diez años puede estar allí, y también la cucharilla de plástico que tiraste en la arena después de chuparla distraídamente por última vez; la bolsa de plástico en la que llevaste la merienda puede haber asfixiado a una tortuga o a una foca. La botella de agua que ni siquiera terminaste de beber y arrojaste al río mientras dabas un paseo navegará por los mares durante al menos quinientos años, llevando en sí misma el mensaje de una frívola inconsciencia cuyo precio cada uno de nosotros está empezando a pagar.”

Antonio Muñoz Molina

Miembro de la Real Academia Española

miércoles, 21 de enero de 2009

EN EL BICENTENARIO DEL NACIMIENTO DE EDGAR ALLAN POE OS PROPONEMOS LEER


El corazón delator

Edgar Allan Poe

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.

Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente...

Para seguir leyendo:

Ciudad Seva

Y para ver: